Si hay algo que he aprendido desde que soy papá, es que nuestros hijos aprenden más de lo que hacemos que de lo que decimos. A menudo, queremos enseñarles valores como el respeto y la empatía, pero si nuestro propio comportamiento no refleja esos valores, estamos mandando mensajes contradictorios. Este tipo de incoherencia puede generar confusión en nuestros pequeños, que todavía no tienen la madurez para discernir entre lo que pedimos y lo que realmente estamos enseñando con nuestras acciones.
Uno de los ejemplos que he observado, es cómo reaccionamos cuando nuestros hijos tienen comportamientos agresivos, como berrinches, gritos o peleas con otros niños. Queremos que cambien esas conductas, pero a veces caemos en el error de corregirlas con agresividad, gritando o incluso usando castigos físicos. Les decimos que no deben pegar o morder, pero al mismo tiempo les mostramos que la agresión es la manera de resolver los problemas. En este artículo me gustaría reflexionar en este tema y proporcionar algunos consejos para evitar dar estos mensajes contradictorios que confunden a nuestros hijos.
Mostrar respeto y autocontrol.
Al principio de la paternidad, me di cuenta de que corregir con gritos o nalgadas enviaba un mensaje confuso. Le estaba diciendo a mi hijo que no golpeara, pero lo hacía usando la violencia. Es como si le pidiera que fuera respetuoso, pero al mismo tiempo les enseñaba que el respeto no era importante cuando estábamos enojados. Con el tiempo, entendí que educar a nuestros hijos implica ser coherentes y mostrarles cómo manejar sus emociones y sus impulsos.
Los niños no tienen la misma capacidad que nosotros para controlar su agresividad. Ellos están aprendiendo a regular sus emociones, y si lo que ven de nuestra parte son explosiones de ira o actitudes agresivas, tendrán esa referencia. Por eso, hice un esfuerzo consciente por corregir con calma y paciencia, mostrándoles que los problemas se pueden resolver sin necesidad de gritar o pegar.
El impacto de nuestras relaciones.
Otro aspecto que me hizo reflexionar fue cómo trataba a mi pareja o a las personas cercanas frente a mis hijos. Es fácil caer en discusiones acaloradas cuando estamos estresados o cansados, pero esas situaciones son observadas muy de cerca por los pequeños. Si ven que como padres resolvemos nuestras diferencias con gritos o insultos, están aprendiendo que esa es la forma en que se manejan los conflictos. Lo que hagamos frente a ellos se internaliza y moldea su forma de interactuar con los demás.
Recuerdo una vez que, tras una discusión acalorada en casa, mi hijo replicó el tono de voz y las palabras exactas que usé con su madre. En ese momento me di cuenta de que, más que enseñar con palabras, estaba educando con el ejemplo. Ahí fue cuando comprendí la importancia de ser un modelo de respeto y control emocional en todas las áreas de mi vida, no solo con mis hijos.
Fomentar el respeto a las figuras de autoridad.
Uno de los valores que siempre he querido inculcar en mis hijos es el respeto por las figuras de autoridad. Sin embargo, me encontré con la incoherencia de llegar a casa quejándome de mi jefe o de cómo me trataban en el trabajo. Decía que quería que mis hijos respetaran a sus maestros y a los adultos, pero al mismo tiempo, les estaba mostrando que no era necesario respetar a una figura de autoridad si no me gustaba lo que decía.
Los niños absorben todo. Si escuchan cómo nos referimos a otras personas con desdén, no importa si son figuras de autoridad o no, ellos aprenden que está bien hacerlo. Por eso, he trabajado en cambiar mi lenguaje y mi actitud hacia los demás, especialmente frente a mis hijos, para que vean el respeto en acción y entiendan su importancia.
La coherencia en las pequeñas acciones.
Es curioso cómo los niños notan incluso las acciones más pequeñas. Un día, mi hijo me dijo que no debía estacionarme en los espacios reservados, porque había aprendido en la escuela que eso no era respetuoso. En ese momento, me di cuenta de que hasta las acciones que parecen insignificantes para nosotros son lecciones importantes para ellos.
Si queremos que nuestros hijos respeten las reglas, debemos ser los primeros en cumplirlas. Ya sea que estemos manejando, interactuando con otras personas o incluso siguiendo normas básicas de convivencia, nuestros hijos aprenden del ejemplo. No podemos esperar que respeten si no les mostramos cómo hacerlo en su vida diaria.
Para concluir, educar a nuestros hijos es una tarea constante, pero ser coherentes con lo que decimos y hacemos es clave para que aprendan a respetar y manejar sus emociones de manera saludable. Si les pedimos que sean respetuosos, debemos mostrarles respeto en nuestras acciones. Si les pedimos que controlen su agresividad, debemos demostrarles cómo se hace.
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